Un
artículo aparecido este domingo en la sección de cultura de EL PAÍS ha renovado en mí la presencia de un viejo fantasma: el dolor por la temprana muerte de Sylvia Plath, el rechazo, lógicamente subjetivo por la falta de conocimiento personal, por la distancia temporal, del que fue su marido.
La historia, que no conté en su día cuando en este mismo blog reproduje el poema
“El espejo”, de Plath, es breve, intensa y sobrecogedora: Una mujer bella, culta, sensible y extraordinaria escritora, con cierto éxito ya a una temprana edad; una mujer de tendencias depresivas, quizás debidas a su extraordinaria sensibilidad, encuentra su primer y último amor en Ted Hugues, también poeta conocido. Contraen matrimonio, tienen dos hijos, y durante unos años no parecen tener más problemas que los económicos, aun así no demasiado acuciantes. Sylvia se las arregla para no dejar de escribir a pesar de sus labores de esposa y madre, levantándose cada día de madrugada para disponer de un tiempo a solas para su poesía. El relato de estos años se puede seguir en “Cartas a mi madre”, casi un diario personal (hubo diarios reales, pero el marido los destruyó tras su muerte). Esta mujer, que ama profundamente a su marido, se
ve de pronto abandonada por él. La deja por otra mujer, Assia Wevill, y al cabo de poco tiempo, no pudiendo superar su abandono y su soledad, se suicidó. En principio la causa
parece ser solo el abandono del esposo, pero en la lectura de sus cartas se intuye que él debe ser, como mínimo, un hombre profundamente egoísta.
El libro de que da noticia este artículo va más allá. Simplemente en su título, La trágica tiranía del poeta laureado, se le supone una dimensión personal maligna. Y que se reafirma y confirma con el suicidio de su segunda mujer, a la que atormentó con el recuerdo de la primera y con una cruel tiranía doméstica. Assia era una mujer de gran personalidad, al fin devorada también por Hugues.
Reproduzco a continuación algunos párrafos del interesante artículo:
“Los vértices de un triángulo maldito se unieron en 1961, año en que se conocieron las dos parejas, la compuesta por Ted Hughes y Sylvia Plath y la que formaban David Wevill, también poeta, y su mujer Assia. De una belleza "salvaje", Assia era una mujer independiente y con fama de salirse siempre con la suya. Licenciada en Literatura por la Universidad de Vancouver, escribía poemas y trabajaba en una agencia de publicidad. En una travesía desde Canadá, en 1960, conoció a David Wevill y rehízo con él su vida en Londres. Hasta tropezar con Hughes”.
“Wevill se sintió atormentada con el suicidio en Londres de Sylvia Plath. Creía que los íntimos de la poetisa le culpaban de destrozar su matrimonio con Hughes. "La hostilidad y el afilado desprecio de los amigos de Ted son a veces insoportables", confesó a su hermana. La sombra de Plath se entrometió en la relación. La poetisa había dejado sin concluir una colección de poemas, el aclamado volumen Ariel, que reordenó su viudo. Hughes, en cambio, destruyó el diario personal para evitar que lo leyeran sus dos hijos, Frieda y Nicholas”.
“El poeta propuso un código de conducta, englobado en un "borrador de constitución", que parece un manual de tiranía doméstica”.
Tampoco fue fiel a Assia,, que conoció sus escapadas extramatrimoniales.
“Hughes y Wevill riñeron la mañana del 25 de marzo de 1969. Al anochecer, Assia llevó una cama a la cocina. Acostó en ella a Shura, de cuatro años. Preparó un combinado de alcohol y pastillas de dormir. Encendió el gas del horno. Y se tumbó en el colchón junto a la pequeña. La au pair descubrió horas después sus cadáveres. En una mesa encontró dos cartas dirigidas al padre y al amante de la suicida”.
“Seis años antes, Sylvia Plath se había suicidado en circunstancias similares. Pero no se llevó a sus hijos, que dormían en la misma casa. Les dejó leche y galletas por si tenían hambre al despertar”.
"La muerte de mi primera mujer fue complicada e inevitable. Llevaba en esa pista la mayoría de su vida. Pero la de Assia pudo evitarse. Su muerte estaba totalmente bajo su control, y fue el resultado de su reacción a la acción de Sylvia", señaló Hughes a los coautores. A Assia y Shura Wevill les dedicó su libro Cuervo, de 1971, además de otra docena de poemas. Aquejado de cáncer, fue desnudando el tormento interior acumulado desde el suicido de Plath en Cartas de cumpleaños, su impactante colección de versos publicada en 1998”.
Assia era una mujer brillante, de mundo, a la que Hugues quiso convertir en una esposa convencional. Muchas veces he observado que hombres que se dejan impresionar y admiran a mujeres que triunfan socialmente y que son intelectualmente exitosas las anulan en ambos sentidos una vez que consiguen hacerlas suyas. Sea por celos, sea por rivalidad de pareja, la relegan a las labores domésticas y el cuidado de los hijos. No suelen detenerse ahí, puesto que si por amor estas mujeres se adaptan al papel que el marido impone, las siguen humillando con continuos desprecios, quizás por un complejo de inferioridad que no pueden superar con la dominación sobre la esposa.
Sylvia era en verdad una artista y siguió siéndolo, pero no era una mujer fuerte. Cuando se suicidó selló la entrada de la alcoba de sus pequeños hijos, para que no les alcanzara el gas, y además dejó el desayuno sobre su mesita de noche. No hubo afán de venganza en su suicidio. Assia se llevó con ella a su hija Shura. Quizás fue todavía más desgraciada que Sylvia. Sin duda se vio más humillada.
Por si os interesa, os remito a un poema que yo escribí y publiqué en la bitácora del Azahar,
El marido, referido a él (escrito en primera persona, porque él es el que habla).