miércoles, febrero 28, 2007

Personajes masculinos en la literatura: Los héroes medievales I


El Cid Campeador

Rodrigo Díaz nació en Vivar, pequeña aldea de Burgos, en 1043. Sirvió a los reyes Sancho II y Alfonso VI, y alcanzó la fama y se convirtió en figura de leyenda, aún en vida, por sus hazañas en el campo de batalla. El Cid, con un puñado de fieles, tiene que «ganarse el pan» luchando contra moros y contra cristianos; pero, como es un héroe épico, su desdicha se convierte en triunfo y poderío, lo que culmina con la conquista de Valencia, que pone a castellanos, por vez primera, frente al Mediterráneo. En plena gloria militar, y ya normalizadas las relaciones con el rey, la desgracia cae de nuevo sobre el Cid en lo más íntimo y más amado: la deshonra de sus hijas por parte de los infantes de Carrión. El cantar ha matizado antes, con acierto, la ternura familiar del Cid, su amor a su mujer y a sus hijas.
La fuerza y el valor en el combate eran las primeras características de este héroe moral; a lista de virtudes características del héroe se completa con la generosidad. Es hijo de sus obras (la exaltación de la persona del héroe generalmente iba ligada a una situación caballeresca) y responsable del honor del grupo. Frente a la idealización que normalmente sufre el héroe en las novelas de caballerías, se puede observar su carácter humano. No se intentaba resaltar la belleza externa del héroe, sino que, al contrario, éste era famoso por sus proezas guerreras y por su valor, pues el valor guerrero era el que le confería honor. Tampoco las mujeres caían rendidas a sus pies: como héroe moral que era, amó mesuradamente a una única mujer, su esposa. Las hijas del Cid y Jimena tienen una actitud sumisa; no opinaban sobre las decisiones que el hombre tomaba. Su función de esposas eran las de "servir", no contradecir las opiniones de sus maridos; éstas eran fieles y consideraban que la moral de una mujer se basa en el respeto a su esposo. A cambio de esto, es el hombre quien venga cualquier ofensa o maltrato: el Cid también se muestra justo y firme cuando exige reparación de la injuria hecha a sus hijas.
El Cantar de mio Cid no fue la única obra sobre su vida y sus hazañas, aunque sí la más importante: fue escrito entre 1195 y 1207 por un autor culto de la zona de Burgos, y se refiere a los hechos de la última parte de su vida (destierro de Castilla, luchas con el conde de Barcelona, conquista de Valencia. A partir del siglo XIV se va perpetuando una leyenda del Cid en las crónicas y sobre todo en del romancero. Su juventud y sus amores con Jimena fueron también objeto de tratamiento por parte del romancero.Hasta el siglo XIV fue fabulada su vida en forma de epopeya, pero cada vez con más atención a su juventud imaginada, como se puede observar en las tardías Mocedades de Rodrigo, en que se relata como en su juventud se lanza a invadir Francia y a eclipsar las hazañas de las chansons de geste francesas. Las nuevas composiciones le dibujaban un carácter altivo muy del gusto de la época, pero contradictorio con el estilo mesurado y prudente del Cantar de mio Cid, donde su humanidad destaca entre todas sus otras cualidades. Por ilustrar su figura con una escena de su mito, aquella en que una niña le ruega que pase de largo sin solicitar un asilo que les valdrá el castigo del rey. Así la recrea Manuel Machado en su bello poema «Castilla»:
«Buen Cid, pasad. El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El cielo os colme de venturas.
En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada».
Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros
y una voz inflexible grita: «¡En marcha!»
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana
al destierro, con doce de los suyos,
polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga.


Roldán

El cantar de gesta francés por excelencia es La Chanson de Roland. Aun tratándose de epopeyas del medievo, en las que la talla heroica se deriva del valor en el campo de batalla, el héroe galo resulta muy diferente del español. Al Cid lo imaginamos siempre en su madurez. A Roldán, eternamente joven. Roldán es un personaje muy bien retratado: nadie lo supera en valentía ni en fuerza física, pero es temerario: ama el peligro, y en él perece. Recuerda a Aquiles, así como el Cid recuerda, con mayor margen de diferencia, a Ulises. Su testarudez al negarse a sonar el olifante para pedir auxilio a la hueste de Carlomagno, cuando se ve atacado por fuerzas muy superiores, nos parece chulería. Pero ello procede de su orgullo, pues le parece vergonzoso pedir socorro. Sabiendo que él y todos los suyos han de morir sin remedio, lucha heroicamente, y al final hace sonar el olifante para que acuda Carlomagno con su hueste y, encontrándolos muertos a todos, sea testigo de su heroísmo. Roldán es un muchacho belicoso y altivo, que interrumpe los consejos imperiales con bravatas y risas y que con frecuencia comete actos de indisciplina militar, que por supuesto siempre tienen buen final y contribuyen a su fama. El gran acierto del Cantar de Roldán es no haber presentado a su héroe como un dechado de virtudes sino como un ser desmesurado y cuyas fanfarronadas siempre son expuestas con simpatía.

La presencia de la mujer o del amor es escasa en El Cantar de Roldán. Sin embargo resulta emocionante es la breve aparición de la hermosa Alda en el Cantar de Roldán. Es la novia de Roldán, y cuando la tropa ha regresado a Francia cae muerta fulminada al enterarse de que el héroe ha perecido en Roncesvalles. En solo dos estrofas cargadas de dramatismo se concentra la única información que sobre el amor ofrece el Cantar de Roldán:

«El emperador ha regresado de España y llega a Aix la mejor sede de Francia; sube al palacio y entra en la sala. He aquí que se le ha acercado Alda. una hermosa doncella, y dice al rey: "¿Dónde está el capitán Roldán, que me juró tomarme por compañera?" Carlos siente dolor y pesadumbre, lloran sus ojos y mesa su barba blanca "Hermana, querida amiga, me preguntas por hombre muerto. Te daré compensación muy ventajosa: es Ludovico, no podría decir otro mejor; es mi hijo y poseerá mis marcas. Alda responde: "Extraño me es este lenguaje. No plazca a Dios, a sus santos ni a sus ángeles que yo siga viva después de Roldán." Pierde el color, cae a los pies de Carlomagno. Al instante ha muerto; ¡Dios tenga piedad de su alma! Los barones franceses la lloran y lamentan.»

Los rudos caballeros francos no son los tiernos caballeros que muy pronto presentará la novela cortesana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muxas gracias me sirvió de muxo para mi deber. =)