domingo, diciembre 31, 2006

Miguel Lorente contra la violencia de género

Miguel Lorente Acosta, médico forense, experto en violencia contra las mujeres y autor del libro, entre otros, "Mi marido me pega lo normal", ha entrado recientemente en el terreno de la acción política como director general de Asistencia Jurídica a las Víctimas de Violencia de la Junta de Andalucía.

Sus principales funciones serán impulsar y consolidar los Servicios de Asistencia a las Víctimas de Violencia (SAVA). Actualmente la comunidad autónoma dispone de una red de nueve centros SAVA; uno por provincia más el del Campo de Gibraltar. En estas dependencias se ofrece atención integral y gratuita a las personas que han sido víctimas directas o indirectas de cualquier tipo de delito o episodio de violencia.

Podéis leer una interesante entrevista al doctor Miguel Lorente en Mujeres en Red y descargaros sus ponencias "El agresor en la violencia de género: anatomía del maltratador" y "Lo normal de lo anormal".

"La violencia es un elemento fundamental para entender la distribución desigual de la sociedad y su perpetuación histórica, para comprender por qué ha echado raíces en nuestra cultura y cómo ha conseguido ser ocultada sin dejar de actuar como efectivo mecanismo de control y sometimiento de las mujeres..."

En este año que termina han muerto más mujeres por violencia de género que en el 2005. Desde aquí deseamos que este nuevo 2007 nos traiga por fin la gran alegría de empezar a terminar con la violencia hacia las mujeres.

miércoles, diciembre 20, 2006

Felices Fiestas

para todos y para todas

pulsa en la imagen

Esta animación lleva varias navidades rulando por la red; pero es que me encanta.

sábado, diciembre 16, 2006

CONNOTACIÓN Y DENOTACIÓN: USOS DE LA PALABRA “SEÑORA”


Ya hace años que la Real Academia decidió por decreto eliminar del uso y de la norma la palabra “señorita”. De momento, en vano. Los señores de cierta edad o de cierta indumentaria (léase traje y corbata) siguen llamando a las mujeres “señora” o “señorita” previa evaluación de su posible edad o estado civil. Y, por lo menos, no te preguntan como hace años “¿señora o señorita?” para averiguar si eres casada o soltera, y aún menos mal, como hace décadas, si respondías “señorita” (educadamente y en lugar de un merecido “¿y a usted que le importa?”), si respondías “señorita”, “será porque usted quiere”. Esto daría para otro artículo, porque este cumplido significaba que tu belleza y prestancia no merecían quedarse en la tan despreciada “soltería” (despreciada solo cuando afectaba a la mujer, “solterona”, frente al hombre, siempre “soltero de oro”).
Las señoras también, y sobre todo si son de cierta edad, siguen usando el término “señorita”, abusiva y compulsivamente, al referirse a las vendedoras, cajeras o similares, aunque sean muy mayores, pobrecillas. Imagínome llamando “señorito” al bien trajeado caballero que atiende la sección de hombres del Corte Inglés...
Y los chavales siguen llamando “seño” o “señorita” a sus profesoras, pero ese es otro tema. Lo curioso es que también fuera del ámbito escolar siguen haciendo diferencias. Y se asombran si les explicas que “señorita”, “mademoiselle”, “fraulein” y demás se ha eliminado de las respectivas normativas lingüísticas de los países de Europa.
Pero no es este el tema. El tema es que la lengua es el vivo retrato del hablante. Y por lo que yo observo a mi alrededor, he de decir...
... que a veces, bastantes veces, oigo decir “señora” con cierto tono despectivo.
... que nunca, absolutamente nunca, oigo decir “señorita” en ese tono, precisamente.
... que jamás se escucha “señor” con matices despreciativos.
... y que “señorito”, siempre, se dice de esa manera.
Porque ocurre que: “señorito” nunca ha sido una palabra que se diferencie de “señor” por semas relativos a edad o estado civil. Esa palabra ha aludido a un status social privilegiado y de escasa actividad laboral, que terminó por considerarse despreciable.
Porque ocurre que “señorita” ha implicado siempre una denotación de mujer joven y deseable, y se ha utilizado incluso con intención de cumplido al utilizarla con mujeres que ya eran un poco maduritas... (provocando el sonrojo, síntoma de decencia, los aspavientos que eran la respuesta en los antiguos y elaboradísimos códigos de ligoteo)...
Porque ocurre que decir “señor” siempre ha supuesto valorar al interlocutor, especialmente. Lo ha usado el mayordomo con el amo, lo ha usado el o la joven con el anciano, ha servido para valorar en la alocución la prestancia del caballero...
Pero... la palabra “señora” la he escuchado de todas las maneras. Y voy a contar una anécdota:
Estaba yo embarazada de mi hijo Daniel. De siete u ocho meses. Muy ostensible el embarazo, vamos. Había perdido o me habían robado mi Visa, y yo había solicitado una nueva en el banco. Al intentar recogerla, habiendo en la sucursal una cola de veinte metros al menos, el obsequioso empleado de banca no la ubicaba en el lugar correspondiente.
- Estará a nombre de su marido.
- Imposible, la Visa es mía, no es una tarjeta asociada.
Otro vano intento de búsqueda. El hombre mira por detrás de mi hombro izquierdo, calculando mentalmente la longitud de la fila de clientes expectantes. De regreso, la mirada sigue la curva de mi pronunciada barriga y parece impacientarse.
- No figura. ¿Seguro que no puede haber sido enviada a nombre de su marido?
- No, no, la cuenta está solamente a mi nombre.
Al escuchar esto, ya me dispara la mirada brevemente, de abajo arriba (está sentado), por encima de las gafas y del mostrador de mármol, y se levanta, como buscando aliados entre los evidentemente molestos clientes que esperan... y suelta...
- Se-ño-ra (léanse todas las sílabas como tónicas), la tarjeta no está aquí. Es evidente que tiene que haber llegado a nombre de su marido.
- La palabra “señora” sonó como un escupitajo. Yo miré a mi alrededor, miré a los circundantes o mejor, coli-ndantes, que impacientes parecían darle la razón (julio, mediodía...).
Me armé de valor. Miré fijamente al empleado. Traté de mirar también al mismo tiempo a mis pacientes colistas. Y dije despacito pero alto, acariciándome tranquila el bombo:
-Verá usted, es imposible que la tarjeta haya llegado a nombre de mi marido por la sencilla razón de que soy SOL-TE-RA.
Ni que decir tiene que la tarjeta apareció a los cinco minutos.
Y es que ocurre que en muchas ocasiones la palabra “señora” es sinónimo, para el que la pronuncia, de discapacitada psíquica. Implica varios semas: maruja, negada tecnológica, incapaz de comprender cualquier término científico, judicial o médico.
Sobre el término “maruja”, no hay mucho que decir. Si alguien pregunta por la “señora” de la casa es porque trata de venderte algo, y, ya se sabe, tenemos menos resistencia al hostigamiento o somos más proclives al consumismo.
Otro caso: te falla la batería del vehículo. Es más frecuente que eso nos pase a nosotras, porque nuestro parque móvil suele ser (ya cada vez menos, gracias a la divinidad y a nuestro esfuerzo) más antiguo y de menos caballaje que el de nuestros maridos. Pero si a un hombre se le para el coche en un lugar inconveniente, todo el mundo tiende a pensar que se trata de una grave avería, un imponderable. Si le ocurre a una mujer, que se le ha calado, por torpe. Así que se detendrán a auxiliar al caballero, pero obsequiarán con sonoros pitidos a la “se-ño-ra”, y pasarán de largo. Menos mal que existe Mapfre.
Por supuesto, el caballero que ejerce cualquier profesión como las antes mencionadas tratará con más condescendencia a las pobres “señoras”, nos explicará más las cosas.
Pero hay algo peor: ya que nos reducen al ámbito doméstico, en el que parece que sí, que por fin, somos suficientemente competentes, pues resulta que en ese mismo ámbito, ELLOS son mejores. Son mejores los hombres como cocineros (no te fastidia, cobran y no soportan los gustos encontrados y discrepantes de la familia, o bien son alabados por el público en general cuando hacen una paella fuera de casa, para lo que has tenido tú que limpiar y preparar hasta el último de los ingredientes; o bien fríen un huevo ensuciando toda la cocina y tú, con enorme fe en el futuro de la raza humana, les das las gracias para que no pierdan la costumbre y vayan aprendiendo...), son la leche como peluqueros, aparecen en los anuncios con sus limpiadores demostrando a las pobres “señoras” que han limpiado muy, muy mal y que llegan a salvarlas con el producto milagroso que las va a dejar embobadas de gusto...
En fin, que pocas veces me gusta que me llamen señora, la verdad. Y no es porque al hacerlo evalúen mi edad, no. Es porque evalúan, las más de las veces, mis capacidades.
No sé si me explico.

sábado, diciembre 09, 2006

28 Nov. No a la violencia contra las mujeres

Como ya anunciamos en una entrada anterior, las actividades desarrolladas ese día resultaron muy interesantes por la cantidad de personas que participaron y por el buen clima que existió. La lástima es que este tipo de actividades se realicen para recordar a las mujeres asesinadas por sus parejas en el ámbito familiar.



No hay TERRORISMO mayor que el que ejercen algunos hombres sobre las mujeres a las que dicen amar o a las que prometieron amar y cuidar hasta el resto de sus días. Y no hay TERROR mayor que el que sufren miles de mujeres diariamente en sus casas, en sus espacios más íntimos y privados, sin decírselo a nadie y culpándose a ellas mismas de su situación.

Mientras sigan muriendo mujeres, y ya han muerto 63 este año, tendremos que seguir llamando la atención de todas las maneras posibles, porque mirar a otro lado no sirve y porque EL SILENCIO NOS HACE CÓMPLICES.

sábado, diciembre 02, 2006

Personajes femeninos en la literatura: el dolor de la miseria


Mujer con alcuza

¿Adónde va esa mujer,
arrastrándose por la acera,
ahora que ya es casi de noche,
con la alcuza en la mano?
Acercaos: no nos ve.
Yo no sé qué es más gris,
si el acero frío de sus ojos,
si el gris desvaído de ese chal
con el que se envuelve el cuello y la cabeza,
o si el paisaje desolado de su alma.
Va despacio, arrastrando los pies,
desgastando suela, desgastando losa,
pero llevada
por un terror
oscuro, por una voluntad
de esquivar algo horrible.
Sí, estamos equivocados.
Esta mujer no avanza por la acera
de esta ciudad,
esta mujer va por un campo yerto,
entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes [...]

Dámaso Alonso, poeta y filólogo, nacido en 1898.



Era alta y un poco encorvada; su cuerpo, roto por un trabajo incesante y los malos tratos de su marido, se movía sin ruido, ligeramente ladeado, como si temiera tropezar con algo. El ancho rostro surcado de arrugas, un poco hinchado, se iluminaba con dos ojos oscuros, tristes e inquietos como los de la mayoría de las mujeres del barrio. Una profunda cicatriz levantaba levemente la ceja derecha, y parecía que también la oreja de ese lado era más alta que la otra; tenía el aire de tender siempre un oído alerta. Las canas contrastaban con el espeso pelo negro. Era toda dulzura, tristeza, resignación...

(Máximo Gorki está considerado como el iniciador de la escuela soviética del “realismo socialista”. De origen muy humilde fue un claro ejemplo de formación autodidacta. Describe con crudeza la miseria y el sufrimiento de las clases bajas de la Rusia de los Zares).

Dos textos retratan sin paliativos una constante social y literaria: la mujer explotada, agotada a los 40, cuando gracias a cualquier divinidad o a este precario estado del bienestar todavía las mujeres a esa edad somos jóvenes y atractivas. Durante mucho tiempo, la mujer ha sido relegada, y se ha relegado a sí misma, a un único papel ajeno a su persona: hija, hermana, esposa, madre. Como madre, tía, abuela, etc., solo les quedaba el trabajo, la resignación. A una edad en la que el hombre era todavía el seductor, o si no tenía posibles físicos, el comprador de sexo, tácita o explícitamente, la mujer ya estaba derrotada. Por la miseria, por el trabajo, por la educación en el sacrificio, por la sumisión, por la negación tradicional de sus apetitos sexuales, su única misión ya en esta tierra era el papel de esclava. Por cada segundo de servidumbre que soportaba el hombre, más continuo era el de la mujer. Para ella no había desahogo, ni en los burdeles, ni en las tabernas. La pobreza caía sobre ella y sobre sus hijos, como una losa. Así sigue ocurriendo en muchos lugares del mundo, hoy en día. La mujer, a partir de los 40, en la literatura y en las clases sociales más bajas, ha sido casi siempre una víctima. Y una víctima que jamás parece lamentarse de su suerte: "era toda dulzura, tristeza, resignación...". Esta frase es casi una constante, es la realidad pero es también lo que se espera de estas mujeres, viejas y doloridas.
(Pinchando en los títulos podéis leer los textos completos)