Cuando la tarde de Sevilla se embriagaba del olor a azahar y relucía entre las hojas luminosas de los miles de naranjos y el azul turquesa del cielo de un 13 de marzo ya primaveral, en el cuarto de la montería de los Reales Alcázares, volvimos la mirada, durante poco más de hora y media, hacia el horror, hacia la vergüenza de nuestra guerra.
Se presentaba el libro La represión de las mujeres andaluzas entre 1936 y
Estas “sujetas o individuas” eran condenadas por “excitación a la rebelión”, como el caso de una joven miliciana de 24 años, por fotografiarse vestida de hombre con el traje de su hermano, condenada a 12 años de cárcel. Por comentar en la cola del pan las malas condiciones de vida que había traído la victoria de Franco podía ser denunciada y condenada a varios años de cárcel. Por asistir a los presos, lavarles la ropa o darles de comer…
Tantas y tantas arbitrariedades que las llevaron a ser paseadas rapadas y con lazos rojos en la cabeza y crucifijos en la solapa expuestas al escarnio público, como escenificación de la derrota de los vencidos y el poder de los vencedores.
Eran condenadas por saltarse los modelos tradicionales perfilados en el renacimiento: “desenvueltas en el vestir, habladoras, decidoras, visitadoras, mofadoras, amigas de fiestas y enemigas de sus rincones, de sus casas olvidadas, graciosas, mofadoras”, en suma transgresoras de lo que indicaba la moral católica de la época. De ahí que “había que indicarles cuál era su función: madres y esposas, buenas cristianas”.
A ello se dedicó intensamente la posguerra por medio de
Eran y aún hoy son los otros desastres de las guerras.
3 comentarios:
Me parece estupendo que pueda salir esta información a luz y que seamos capaces de verlo con objetividad y no con crispación, esa palabra tan de moda
Una lectora
"...Entre tantas ceremonias de muerte, tanto agotamiento, se le había escapado la vida a chorros y, preocupado sólo por respirar con unos pulmones raídos por la tisis, no logró nunca saber cuál era su crimen. Sólo sabía que estaban empeñados en que llegara vivo ante el pelotón de fusilamiento...[...]le asfixiaba la memoria y sólo quería recordar a toda costa. Al amanecer su voz era ya el sonido de las palabras rozadas por la muerte.[...]Cuando la celda se abrió y encontraron ya muerto a Cruz Salido, el sargento decidió fusilarle a pesar de todo..."
( de "Los girasoles ciegos" de AlbertoMéndez)
Allá por 2005 cayó en mis manos esta extraordinaria obra, que recomiendo, y en cuya contraportada dice la editorial: "este libro es el regreso a las historias reales de la posguerra que contaron en voz baja narradores que no querían contar cuentos sino hablar de sus amigos, de sus familiares desaparecidos, de ausencias irreparables."
Siempre es hora de no olvidar aquellas atrocidades y Alberto Méndez lo hizo en esta obra con suma maestría .
Yo, particularmente, recuerdo esos horrores no por haberlos vivido, evidentemente, sino porque mi abuela me los relataba aquellas tediosas tardes de verano, en el campo, en las que el sol se resistía a desaparecer y me describía cómo el grupo de castaños, en los que jugábamos habitualmente haciendo de sus troncos huecos inexpugnables fortalezas, sirvieron de guarida a muchos huidos y huidas a Portugal y cómo en ellos depositaba con regularidad la comida que, agradecidamente, encontraban y devoraban los fugitivos en la espera de la noche para dar el paso definitivo al país vecino, desde el que intentarían dar el salto hacia otro desconocido destino.
También, animada por nuestro interés por las "batallitas" de los abuelos, nos narraba el escarnio y la humillación que sufrían las mujeres detenidas, a las que se les rapaba y se les sacaba a paseo, andando o montadas en burro, para escarmiento del pueblo.
Juana, cuando en tu artículo has hablado de esto con motivo de la presentación de ese libro, he recordado aquellas narraciones, aquel olor del atardecer,...¡he recordado a mi abuela!
También la interesante novela de Dulce Chacón La voz dormida (Alfaguara 2002) narra la historia silenciosa de otras mujeres que perdieron la guerra. Un grupo de valientes, encarceladss en la prisión de las Ventas, enarbolaron la bandera de la dignidad y el coraje como única arma posible para enfrentarse a las humillaciones, la tortura y la mentira.
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