viernes, febrero 16, 2007

Personajes masculinos en la literatura: los héroes clásicos I

"Los cobardes más famosos y cantados"

Los griegos superaron su propia concepción del héroe como semidiós (hijo de deidad y mortal) para incluir en ella héroes que lo fueron por sus propios méritos o por la grandeza de sus sufrimientos. Estos dos últimos tipos se corresponden más con nuestra moderna idea de héroe.
Exponentes del tipo "semidiós" serían Jasón, Eneas, Aquiles, Heracles, Teseo... Por méritos propios lo fueron por ejemplo Héctor (por su valor) o Ulises (por su inteligencia). Por su trayectoria vital, que los hizo trascender a su tiempo, Edipo, Orestes (y en el plano femenino Antígona, Alcestis, Electra...).
La diferencia entre Teseo y Eneas (incluyamos también a Jasón, que participa de los mismos méritos y defectos) y, por ejemplo, Aquiles o Heracles, es importante. Aquiles es el héroe que cumple su destino sin dudar, sin desfallecer y por sí mismo. Teseo, Jasón y Eneas son "los cobardes más famosos y cantados". Los tres cumplen a rastras su destino de héroes, los tres se apoyan en sus divinos progenitores y, sobre todo, en una mujer para poder hacerlo, los tres abandonan a la mujer que les ha ayudado. De hecho, es mayor la diferencia entre las tres mujeres que entre sus amados. Aparecen los tres muy hermanados en su carácter, a pesar de haber sido retratados en su forma definitiva por autores muy distintos y en épocas muy diferentes (Plutarco, Apolonio de Rodas, Virgilio) y, ciertamente, sus hechos los manifiestan como "blandos". Es la misma persona que traiciona a mujeres bien distintas:
Didó, la orgullosa reina que vive con Eneas una desbordada pasión otoñal y se suicida tras el abandono de él.
Ariadna, joven princesa que huye con su primer amor pero, cuando él la deja en la solitaria playa de Naxos, se consuela pronto con Dioniso y alcanza un glorioso destino de diosa.
Medea, soberbia princesa abandonada en un país extranjero donde todos la desprecian y que reacciona vengándose de la manera más terrible, eliminando a su rival y asesinando a sus propios hijos.
Lo que tienen en común las tres es su amor apasionado y sin reservas en el que reconocen su propio destino y por el que todo lo abandonan. Ellos son incapaces de entregarse en la misma medida y de hecho lo mismo les ocurre en su faceta de héroes. Ninguno de ellos tiene un final brillante.
Eneas, que ni siquiera sobresalió como guerrero en Troya, no llegó a ejecutar ninguna hazaña digna de mención en su destino final, la tierra prometida del Lacio, como no fuera arrebatar esa tierra junto con una mujer (siempre con ayuda de Afrodita, su madre) a un personaje, Turno, que nos resulta mucho más estimable que él al leer la Eneida.
Jasón muere solo y olvidado, golpeado por el mástil del desvencijado Argo, lo mismo que Teseo, que ha traicionado a prácticamente todos sus seres queridos (a su padre, a su hijo, a Antíope, a Ariadna...).
¿Cómo sus mujeres llegaron a amarlos tanto? Fácil: la intervención manipuladora de los dioses. Valga como ejemplo la escena del libro IV de la Eneida en la que Juno y Venus traman la unión de Didó y Eneas (curiosamente, son estas dos mismas diosas las que conspiran para lograr que Medea se enamore de Jasón):
...así repuso Venus: «¿Quién con tan poco juicio
para rechazar tal proyecto prefiriendo la guerra contigo?
Ojalá que la suerte acompañe a cuanto acabas de exponer.
Pero insegura del hado estoy: si querrá Júpiter que una sea
la ciudad de los tirios y los desterrados de Troya,
o si aprobará que los pueblos se mezclen o que pactos se firmen.
A ti, su esposa, te toca tantear su voluntad con tus ruegos.
Inténtalo, te seguiré.» Así lo aceptó entonces Juno soberana:
«Ésa será mi tarea. Ahora, cómo lograr podemos lo que nos ocupa
en pocas palabras (atiende) te explicaré.
Eneas, y con él la muy desgraciada Didó
se disponen a marchar al bosque a cazar en cuanto su orto primero
haya hecho salir el titán de mañana y desvele el orbe con sus rayos.
Yo a ellos les he de enviar desde lo alto un negro nubarrón de granizo,
mientras se apresuran los flancos y rodean el lugar con sus redes,
y agitaré con truenos el cielo entero.
El séquito huirá y les envolverá una noche espesa;
Dido y el jefe troyano en la misma cueva
se encontrarán. Allí estaré yo, y, si es firme hacia mí tu voluntad,
os uniré en estable matrimonio, consagrándola como legítima esposa.
Entonces se cumplirá el himeneo.»...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy interesante este planteamiento :-)
Me ha divertido mucho.
Ahora tengo una visión muy distinto de algunos "heroes" clásicos. Muchas gracias.