En una entrada de
urgencia anterior, presentamos el vídeo sobre la obra de Maruja Mallo y hoy queremos profundizar un poco en su experiencia vital.
Nació en Viveiro, Lugo, en 1902. Era la cuarta de catorce hermanos. Su padre, funcionario de aduanas, es destinado a Avilés y allí Maruja
entra en contacto con la pintura en
la Escuela de Artes y oficios. En 1922 marcha a Madrid becada por
la Diputación de Lugo para estudiar en
la Academia de Bellas Artes de San Fernando hasta 1926. Allí conoce a
Salvador Dalí que la introduce en el círculo de amigos de lo que luego sería llamada “
la Generación del
27”. En esta época los movimientos vanguardistas procedentes de Francia impregnan la literatura y el arte. Mallo se interesa por todos ellos y en su pintura aparece la influencia del futurismo, el surrealismo sin perder interés por los temas populares (no olvidemos el neopopularismo de
García Lorca o Alberti) y por el fascinante mundo del cine que triunfa en esos momentos.
Según cuenta Isabel Rubin Vázquez de Parga, junto con Carmen Conde (también le dedicaremos una entrada especial como escrita del 27) asiste a tertulias como las de la Residencia de Estudiantes, la de María Zambrano los domingos en su casa, la del café Pombo, de Ramón Gómez de la Serna o la del director de la Filarmónica de Madrid donde revolucionan a los asistentes por ser mujeres que se mueven con total soltura por el Madrid de la época. Maruja Mallo y Carmen Conde removieron las conciencias de la época al ser las primeras mujeres que se negaron a ponerse sombreros para salir a la calle (el movimiento “sinsombrerismo” en plan jocoso). Según cuentan, en alguna ocasión fueron apedreadas por los transeúntes por llevar la cabeza descubierta.
Frecuentaba las tabernas, los cafés cantantes porque le atraía lo callejero y mundano, y también acudía al Alcázar donde se bailaba el charlestón o en el Cristal Palace o el Ritz…
Fueron mujeres que se adelantaron a su tiempo y que vivieron libremente conforme a sus ideas.
En los años 1927-28 Maruja Mallo forma parte de
la Primera Escuela de pintura de Vallecas con Alberto Sánchez, Benjamín Palencia y Luis Castellanos.
En 1928, animada por José Ortega y Gasset, presenta su primera exposición en los salones de la Revista de Occidente. A partir de entonces trabaja como ilustradora de distintas revistas culturales como “La Gaceta Literaria” además de “Revista de Occidente”.
En 1925 había conocido a Rafael Alberti, se enamoran y colaboran artísticamente hasta 1931. Maruja crea los decorados del drama de Alberti “Santa Casilda” e influye directamente en la creación del libro de poemas “Sobre los ángeles”.
En 1931 viaja a París con una beca de la Junta de Ampliación de Estudios y realiza una exposición que atrae la atención de los surrealistas. El contacto con los artistas de la época (André Breton, Paul Eluard, René Magritte, Max Ernst, Giorgio de Chirico, Picasso…) enriquece su pintura y, a la vuelta en Madrid, participa en la Sociedad de Artistas Ibéricos.
La proclamación de la República la lleva al compromiso político y trabaja como profesora de Dibujo y en la Escuela de Cerámica de Madrid.
En 1935 conoce a Miguel Hernández con el que mantiene un intenso idilio amoroso que se trasluce en algunos de los poemas de la época como “Imagen de tu huella”.
Este año funda en Madrid el salón “Amigos de las arte nuevas” que se inaugura con una exposición de Picasso.
Cuando estalla la guerra en 1936 se encontraba en Galicia con las Misiones Pedagógicas, una de las labores culturales más interesantes llevadas a cabo durante la República.
Marcha a Portugal y de ahí, gracias a la invitación de la embajadora de Chile en Portugal, viaja a Buenos Aires para dar una conferencia. Desde entonces viajó por distintas partes de América: Chile, Uruguay, Bolivia, Brasil, incluso a la isla de Pascua en compañía de Pablo Neruda, y Nueva Cork, donde conoció a Andy Warhol.
En 1964 regresa a España y pinta viñetas para la Revista de Occidente. Con la muerte de Franco se produce una revalorización de su obra. Sigue pintando y preparando exposiciones. En 1982 se le concede la Medalla de Oro de Bellas artes y en 1993 el Premio de Artes Plásticas de Madrid tras una exposición antológica en el Centro de Gallego de Arte Contemporáneo.
Murió en Madrid en 1995 a los 93 años.
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