Seguimos pensando en la necesidad de trabajar más para acabar con este problema cuyo origen es la educación androcéntrica que hemos sufrido y que aún persiste en gran parte de nuestra sociedad.
Hoy traemos a otra escritora sevillana: Mercedes de Velilla Rodríguez, 1852-1918.
Su familia, de gran vocación literaria (su madre Mª Dolores Rodríguez, su hermana Felisa y su hermano José de Velilla eran poetas) reunía en su casa a la intelectualidad del momento en tertulias donde se leía poesía, dramas, narraciones. Allí acudían escritores del momento como Luis Montoto, Juan Antonio Cabestany, FC. Rodríguez Marín, Mario Méndez, Carlos Peñaranda, y por ello la denominaban El Parnaso, lugar donde residían las musas.
Según Amantina Cobos de Villalobos “A los diez años leyó algunas de sus composiciones ante un escogido auditorio y desde entonces se reveló como poetisa genial y de altos vuelos, no obstante su natural modestia”.
Muy pronto colaboró en publicaciones periódicas y ganó el premio de honor de
En su juventud fue amiga de Concepción de Estevarena, otra poeta de muy corta vida que dejó una importante obra ejemplo de literatura femenina.
En 1876, 17 de febrero, estrenó en el teatro Cervantes de Sevilla, la obra “El vencedor de sí mismo” cuadro dramático en un acto y en verso que tuvo un gran éxito
Su poesía tuvo influencias de Bécquer al que dedicó un largo poema cuando sus restos fueron trasladados a Sevilla.
La dificultad de las mujeres para vivir de su trabajo y peor aún de las letras (mujer y poeta, difícil alianza) impidió que Mercedes pudiera seguir desarrollando su ingenio. Tras la muerte de su padre y de su hermano la familia perdió el sostén económico. Mercedes tuvo que dedicarse a cuidar a su madre y su hermana, ambas enfermas y llegaron a pasar auténticas estrecheces económicas. Gracias a la mediación de los amigos ante el ayuntamiento, entre otros Luis Montoto, Mercedes consiguió una asignación de cien pesetas mensuales para dedicarse a investigaciones literarias.
Falleció en Camas el 12 de agosto de 1918. Tras su muerte el Ayuntamiento publicó su obra bajo el título Poesías. Hoy existe una calle en Sevilla con su nombre entre la calle Imagen y
Safo
Una mujer, como visión o hada,
en la roca de Léucades se agita;
retrátase en su faz pena infinita,
la desesperación en su mirada.
Es Safo, la poetisa enamorada
que el arpa hiere con doliente cuita,
y en su última canción llora y palpita
la pasión infeliz y desdeñada.
Tú fuiste, oh mar, de su dolor testigo,
y en tu seno aquel cuerpo recibiste,
que al sacro numen y al amor dio abrigo.
Así, en tu inmensidad tumba le diste;
en tus amargas olas, llanto amigo,
y en tu eterno rumor, funeral triste.
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